Algunas
de mis amigas, muchas veces, llevan tacones y ellas, todas, son tan
maravillosas. Ellas me llaman cariñosamente la india y a mí me encanta. Y a
veces, cuando las veo aparecer con sus tacones tan hermosas, tan elegantes… una
parte de mí piensa que estaría bien saber andar sobre unos zapatos de esos,
pero yo no sé. Sé andar descalza por los riscos y los callados de la playa como
nadie, pero no desprecio los tacones porque no sepa, o no quiera, andar con
ellos. Adoro la diversidad, las diferentes formas que cada una tenemos para
mostrar nuestra feminidad. No me maquillo, tampoco sé hacerlo, y cuando las veo
aparecer tan bellas pienso que podría haberme hecho más que sea la raya en los
ojos o haberme puesto algo de brillos en los labios. No lo hago, no porque no
me guste, se me olvida, no me da por eso. En todas las culturas las mujeres
tienen sus costumbres, sus rituales de belleza y se reúnen para compartir,
apoyarse, bailar, reír, nosotras eso lo hacemos y mucho y quizá se me pegue
ahora algo de ellas. Nadie nos enseñó a
caminar descalzas sobre las piedras, nadie nos enseñó a honrar nuestra
feminidad, a reconocer nuestra valía, nuestros dones, nuestros talentos, igual
que a andar en tacones tuvimos que aprenderlo solas. Nadie nos enseñó que el
amor se encontraba dentro y que siempre estaba, aprendimos a buscarlo fuera, a
mendigarlo, tan hambrientas estábamos. Aprendimos a callar para no molestar
para que se nos quisiera, nos recortamos trocitos de nosotras mismas para caber
en el molde, para no desentonar, para ser aceptadas… Nadie nos dijo que era más
importante gustarnos a nosotras mismas . Somos unas sobrevivientes de un
sistema de pensamiento completamente loco y arcaico donde a acorazarse y no
expresar las emociones se le considera ser fuerte y donde ser sensible y
expresarse es debilidad, donde impera la mente del miedo oscureciendo el amor.
Y aquí estamos nosotras que nos hemos reinventado, que hemos tenido que
redescubrirnos porque ya no sabíamos quienes éramos, donde fuimos descubriendo
que había algo hermoso en nosotras que no tenía que ver con lo que los demás
opinaran y aprendimos que la fuerza era desafiar a la mayoría para atrevernos a
mostrarnos tal cual éramos. Y estamos aquí mujeres hermanas que buscamos ser
felices porque sabemos que la felicidad nos pertenece y expresamos nuestra
feminidad cada una como le parece. Así que, mujeres del mundo, dejemos ya de
criticarnos entre nosotras, de juzgarnos y atacar las diferencias porque en el
fondo somos más iguales de lo que ninguna queremos reconocer y ya durante
siglos nos han quemado en la hoguera por atrevernos a mostrarnos y a ser. Seamos ahora,
atrevámonos a ser, cada una lo que quiera, ahora que no hay hoguera capaz de hacernos callar ni expresar todo
el amor que somos y lo que llevamos dentro y benditas las diferencias que llenan de colorido
este mundo haciéndolo, si cabe, más hermoso.
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